Experiencia por Silvia. Mrkh. 40 años
A mis 40 años, el síndrome MHRK me acompaña como el lunar que crece en mi clavicula izquierda. Feo para unos, exótico para otros.
– ¿Por qué no te lo sacas?
– A mi me gusta!
Me acompaña y no me esclaviza. Está en mi cuerpo y le he llegado a coger estima. Lo cargo a todas partes. A veces me acuerdo y lo enseño. A veces simplemente no me apetece y lo escondo. Así es como convivo con el síndrome.
El camino no ha sido fácil. Crecer exige un esfuerzo y aprendizaje. Una “ausencia” de lo establecido como “estándar”, conlleva ciertas dificultades.
El diagnóstico tardío hizo que disfrutara de la infancia en su plenitud. El gesto de mi madre, de añadir a ultima hora un paquete de compresas en la bolsa de viaje, despertó la inquietud sobre mi crecimiento. ¿Qué tiene que ocurrir?. Convivía con gran incertidumbre el cambio que se debía originar. No prestaba mucha atención a aquel milagro. Mi prioridad no era el dejar de ser una niña.
Pasaron los años y la ausencia de menstruación empezó a incordiar especialmente a mi madre que no cesaba de repetir, en las consultas al pediatra, que con 13, 14, 15, 16 todavia no me había venido la regla. En cuanto a mí, sólo me inquietaba el ser diferente a las demás. La solución fue asumir el rol de actriz que delante de sus amigas interpreta que nada sucede y todo transcurre bajo normalidad.
A los 18 años marché a estudiar fuera de casa, sin antes visitar, por primera vez, la consulta de un ginecólogo. Tras un diagnóstico ambiguo, me citó para mi regreso. Marché tranquila. Mi prioridad no eran los líos amorosos que posiblemente hubieran evidenciado lo que me estaban a punto de diagnosticar.
A mi regreso, no tuve más remedio que acompañar a mi madre al ginecólogo. Ella era la que insistía. Siento que no tenía muchas ganas de enfrentarme a la realidad. Me organizaron una laparoscopia para determinar que ocurría en mi interior. Yo una mandada, me dejaba hacer y no preguntaba. Solo recuerdo la conversación entre el médico y mis padres. “–No os preocupéis solo estará una noche en el hospital y nadie tiene porque enterarse”. ¿Era tan horroroso lo que se avecinaba que no podía tratarse con naturalidad? Transcurridos unos días visite la consulta con mi madre para oir el diagnóstico final: “-No podrás tener hijos porque tu útero no se ha desarrollado y si quieres tener relaciones te tendremos que operar. Pero tienes suerte hay chicas a las que les tengo que preguntar cosas peores. Si prefieren ser chicas o chicos.” Qué consuelo saber que siempre hay casos peores. Fue más doloroso oir que me tenía que someter a una operación que el hecho de no poder tener hijos. Gracias a Dios me engendraron con genes positivos, que me impedían ser catastrofista. La opción de la adopción me había atraído desde bien pequeñita. Sin embargo operarme y crear una neovagina era algo muy extraño que no había oido en la vida, algo extraterrestre. Me podia imaginar que no vendría la regla pero nacer con una mini vagina… No me podía caber en la cabeza que esas cosas pudiera suceder. Me causaba cierta repulsividad que se manifestó en un odio al medico y todo lo que le rodeaba. Desde aquel día el tabú sobre lo que me sucedía se convirtió en un globo que no paraba de inflarse día a día. En casa no se habló más y desde entonces yo asumí el papel de responsable. Mis padres me ayudaron en el diagnostico pero yo ya no volví a hablar mas con ellos del tema. Con mi padre no tuve ocasión porque murió hace unos años y con mi madre muy recientemente hemos conseguido romper esa barrera pero tampoco de forma muy distendida. Creo que a ella le sigue costando. Es difícil romper hábitos.
Incluso con pareja decidí no operarme. Me daba pánico la operación. Estabamos bien, nos lo pasabamos bien y no echabamos en falta la penetración en nuestro mágico descubrimiento de la sexualidad. Rompimos por motivos alienos al síndrome aunque necesite aclarar el tema años más tarde. La mente elucubra y te juega malas pasadas creando visiones, dudas y sospechas que vale la pena aclarar para no alimentarla.
Los años de inestabilidad emocional han coincidido con los de mayor dificultad para convivir con el sindrome. El miedo al rechazo fue una constante que me hacia sufrir el inicio de una relación. Era tan intenso el miedo que no pasaba ni un dia sin aclarar la situacion completa antes de acostarme con alguien,. Solo habian dos tipos de reacción y por suerte me encontré en un solo caso con el rechazo. Aunque ahora siento que fue una buena experiencia los minutos siguientes los viví con inmensa desesperación.
Fue tras ese primer rechazo que decidí operarme. Los médicos no querían, insistian que era mejor un postoperatorio con pareja. Finalmente mi desesperación convenció al medico. No tengo muchas ganas de extenderme con la operacíon. Recuerdo estar muchos dias en el hospital. Mas largo el post-operatorio. Tambien doloroso e incomodo. Al principo era extraño compartir los dias y las noches con aquella protesis que debía permancer el mayor tiempo posible para acabar de cicatrizar la neovagina que me habian acabado de practicar. Aquello que veia tan extraño se convirtió en algo cotidiano y natural.
Insisto que fue un camino largo y dificultoso pero no guardo rencor. Dificil de compartir con otras personas pero no imposible. Muy recomedable. Han tenido que pasar muchos años para que el globo estallase, hablar y dejar de ser una actriz farsante que manipula su realidad. El foro primero y el encuentro han sido los pasos para poder sacar ese secreto a la luz.
Como ese lunar que ahora tambien luce en mi escote.